Udin Ahok, un indonesio de 46 años, tuvo que hacer una elección terrible tras el reciente tsunami: salvar a su mujer o a su madre y su bebé.
Hacía poco que Udin Ahok se había dormido cuando de repente un muro de agua echó abajo las paredes de su casa en Way Muli, una aldea costera de la isla de Sumatra.
Era un tsunami provocado por la erupción de un volcán. Se abatió sobre la costa del Estrecho de la Sonda que separa las islas de Sumatra y de Java causando más de 400 muertos.
Presa del pánico, Udin Ahok se fue al lugar donde dormía su madre de 70 años y su hijo de un año. De pronto vio que su esposa estaba a punto de ahogarse. Logró atraparla y ponerla a salvo, pero no pudo rescatar a su madre ni al bebé.
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"No tuve tiempo de salvarlos", cuenta entre sollozos. Él se refugió en uno de los centros de urgencia que acoge a miles de desplazados.
"Lo lamento muchísimo. Mi única esperanza es que se encuentren al lado de Dios".
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Sulistiwati, otra habitante de Way Muli, embarazada de seis meses, fue salvada por un vecino que la vio caer al agua.
"Afortunadamente él me vio y me sacó de la ola. Corrimos hacia las zonas en altura con los otros vecinos", cuenta la mujer.
"Era noche cerrada. No me imaginaba que fuese capaz de correr tan rápido estando embarazada. Daba tanto miedo. Esperamos durante horas hasta que las aguas bajaron".
De otro lado del Estrecho de la Sonda, en la isla de Java, Saki, de 60 años, observa los escombros de la aldea de Sumber Jaya y se pregunta cómo va a hacer para volver a la normalidad.
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"No puedo reconstruir, todo ha desaparecido, mi ropa, mi dinero", declaró a la AFP.
"Tenía 19 millones de rupias en casa (1.130 euros, 1.290 dólares)".
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Le queda un bonete, una camiseta y un sarong (una especie de falda larga vestida por los hombres). "Duermo en la mezquita pero todos los días vuelvo aquí porque tenía mucho dinero que he perdido".
En su barrio murieron dos personas y al menos 20 casas fueron engullidas por las aguas, cuentan los habitantes, que pasan la Navidad intentando salvar lo poco que les queda.
Las calles de Sumber Jaya están llenas de fango, parcialmente inundadas y cubiertas de escombros, trozos de madera, desechos y ladrillos. El ejército los retira con la ayuda de máquinas.
"Cuando el tsunami golpeó, se fue la electricidad y oí un ruido parecido al rugido de un avión", recuerda Ismail, de 62 años.
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"Alumbré hacia el mar con mi linterna de mano, vi la ola y corrí hacia el bosque".
La casa de Ismail y su rebaño de cabras se salvaron de la catástrofe. Pero delante de su vivienda no hay más que desolación. Los comercios y los edificios fueron destruidos, sólo queda barro, pedazos de madera y restos de un jardín de infancia hecho trizas.
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"Había una gasolinera, un comercio y una tienda de piezas sueltas de automóviles. No queda nada. Todavía no hemos recibido ayuda. Sólo tenemos arroz lleno de barro, que vamos a cocer de todos modos".
En Sumatra, Nasoha, de 45 años, tiene hematomas y cortes. Su casa desapareció, pero él se considera afortunado. "Tengo un corte en la mejilla, también una herida en el brazo y en la oreja. Me siento agradecido por estar vivo".
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