El pasado 15 de enero, una tragedia en la vía que conecta Tibú con Cúcuta conmocionó a Norte de Santander. Miguel Ángel López, conocido como el embalsamador de Tibú, viajaba en un vehículo mortuorio de la funeraria San Miguel, de su propiedad, junto a su familia.
En el vehículo también iba su esposa, Zulay Durán Pacheco, y sus dos hijos: un bebé de seis meses y un niño de diez años.
El trayecto se tornó mortal cuando un grupo armado interceptó el automóvil y disparó a través del vidrio panorámico. El ataque acabó con la vida de la pareja y el bebé, dejando al menor de diez años como el único sobreviviente.
Miguel Ángel López había compartido detalles de su labor en una entrevista realizada cuatro meses antes para un canal de YouTube llamado Realidades.
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En ese encuentro, describió los peligros inherentes a su oficio. "A veces me llaman y me dicen: ‘Miguel, hay un cuerpo en el kilómetro 16, vía a La Gabarra. Necesitamos que lo recoja y lo traiga para hacer el levantamiento’. Yo voy al lugar, tomo las coordenadas y traslado el cuerpo" , relató.
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Su testimonio reveló las dificultades de trabajar en una región donde las autoridades temen intervenir debido al alto riesgo.
Miguel Ángel López contó cómo quería que le dieran el último adiós
En ese contexto, López compartió cómo muchas veces debía enfrentar estas tareas solo. "Me ha tocado recoger cuerpos sin que nadie pregunte, ni vecinos ni familiares. Una vez recogí cuatro en un día, todos para Medicina Legal" , comentó.
Su labor, aunque fundamental, lo exponía a peligros constantes. A pesar de ello, no había recibido amenazas que alertaran sobre el ataque que terminaría con su vida.
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Curiosamente, durante esa entrevista, Miguel Ángel habló de su propio funeral, como si intuyera que el peligro lo acechaba. "No quisiera una preservación ni un entierro. Prefiero una cremación. Me dan fobia las bóvedas y la idea de que me echen tierra encima" , confesó.
Esta declaración, dada en el mismo cementerio donde muy seguramente ahora reposan sus restos, parece una premonición de su destino.
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Miguel también reveló el impacto emocional de su trabajo. Contó que había tenido que embalsamar a familiares suyos y recurrir al licor para sobrellevar el peso de esa experiencia. "En este cementerio hay padres, madres, hermanos... la mayoría víctimas de un conflicto absurdo. He preparado a unas 500 personas" , recordó con pesar.
El atentado que truncó su vida y la de su familia sigue siendo investigado por las autoridades. Hasta ahora, no se conocen los motivos del ataque.
Mientras tanto, e l niño sobreviviente enfrenta el desafío de procesar el trágico evento que marcará su vida para siempre. La comunidad de Tibú lamenta profundamente esta pérdida, que simboliza los riesgos y las consecuencias del conflicto que persiste en la región.
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