Tras 14 días de cuarentena, Jamie Livingston, un agente de seguridad de 25 años que vive en Escocia, pudo despedir a su madre, fallecida en abril probablemente a causa del coronavirus.
Madre e hijo vivían juntos en la localidad de Ferryden, en la costa este, hasta la muerte de Janet Livingston el 20 de abril.
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Esta mujer de 60 años, empleada de una residencia de ancianos, se enfermó tras trabajar en el establecimiento donde tres personas estaban infectadas por el coronavirus.
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Tuvo fiebre, y se sintió "atontada", pero no dio negativo al COVID-19, cuenta su hijo a la AFP.
"Cuando fuimos al hospital a hacer el test, estaba más o menos, pero las constantes estaban normales". "Los dos dimos negativo", asegura.
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Unos días después, su madre "pidió un 'chippy' (un restaurante de fish and chips) y se lo trajeron a la puerta. Todavía la oigo reír en la planta baja con el programa de humor que solía ver en la televisión", cuenta.
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Al día siguiente, de pronto, empeoró. Estaba demasiado débil para levantarse. Empezó a tener dificultades para respirar y Jamie Livingstone llamó a una ambulancia.
Acostada en una camilla antes de ser instalada en el vehículo, su madre tenía 39°C, le miró y le dijo que pensaba que sería la última vez.
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"Siempre tratamos de hacernos reír mutuamente lo más posible, entonces le dije que 'haría falta algo más que esta enfermedad para que te deshagas de mí'", cuenta, mientras la describe como su confidente y su mejor amiga.
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Dos días después de ingresar en el hospital, murió, al parecer del coronavirus, dijeron los médicos a su familia.
Jamie Livingstone estaba a su lado.
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Protegido por una blusa, una mascarilla y un par de guantes, pasó las cinco últimas horas de su madre junto a ella, recordando los buenos momentos que habían compartido.
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Cuando se acercaba el fin, abrió los ojos y pronunció sus últimas palabras. Me dijo: "Siempre te querré hijo mío", dice.
Las dos semanas que siguieron, Jamie Livingston estuvo aislado, con el perro de su madre como única compañía.
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Sus allegados y sus vecinos le llamaban a menudo por teléfono y para su cumpleaños la semana pasada, dos de sus amigos pasaron media hora hablando con él desde el otro lado de la puerta.
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"Mamá siempre decía que la esperanza es más contagiosa que el miedo", dice. "Me habría dicho que no tuviera miedo de estar 14 días solo, sino que pensara en todas las cosas que haría después."
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