En medio del ‘picadito’ muchos no aguantaban estar en pie y otros tenían que parar para vomitar.
Para que el gol fuera válido el futbolista tenía que tener un grado de alcohol superior a 1.
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El entrenador era quien se encargaba de hacer esa medición, así que cada que había anotación el goleador iba y soplaba en el alcoholímetro.
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