
La vida de Deborah Cobb dio un giro inesperado en mayo de 2002, cuando tenía 19 años. Después de pasar un día en la playa, decidió hacer 13 volteretas hacia atrás (conocidas como “medialunas”), sin imaginar que esa decisión la dejaría sin vista.
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En una entrevista con el diario británico The Guardian, Deborah, hoy de 42 años, recordó cómo, tras visitar la playa de Westport, en el estado de Washington, vivió una experiencia extraña justo después de hacer esas volteretas, un movimiento que había practicado desde niña como gimnasta aficionada.
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Siempre que veía un espacio libre, no podía resistirse a intentarlo, y ese día no fue la excepción. Sin embargo, nunca imaginó que una actividad que tanto disfrutaba tendría consecuencias tan graves.
“Terminé haciendo 13 seguidas y me reí mucho. Mi amiga vino a ayudarme a levantarme, también riéndose. Pero en ese momento me di cuenta de que algo no iba bien: no podía ver su cara con claridad.
Solo veía una mancha naranja. Mi visión periférica funcionaba, pero al intentar enfocar, no distinguía los detalles. Sacudí la cabeza, esperando que se me pasara, pero la visión borrosa persistía”, contó Deborah.

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Cuáles fueron los primeros síntomas
A pesar de esa señal, no le dio demasiada importancia en ese momento. Continuó disfrutando la tarde con sus amigos y hasta bromeó diciendo que tal vez necesitaba hacer 13 volteretas en sentido contrario para “reajustar el cerebro”.
Se recostó en una manta y permanecieron en la playa por una hora más, aunque la visión no mejoraba. Aun así, trató de mantenerse tranquila. No sentía dolor y les aseguró a sus amigos que no era algo serio.
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Sin embargo, a medida que pasaban las horas, su preocupación aumentó. Al caminar de regreso con sus amigos, se dio cuenta de que no podía leer ni los letreros más simples, porque cada vez que intentaba enfocar, la misma mancha naranja volvía a bloquearle la vista.
Al llegar a casa, le contó a su madre lo que ocurría. Ella se alarmó y le dijo que si no mejoraba, tendrían que ir al hospital. Deborah, sin embargo, pensó que descansar bastaría y que al día siguiente todo estaría bien.
Cuál fue el diagnóstico que le dieron
Al despertar al día siguiente, su estado no había mejorado. Su padrastro notó que incluso tenía problemas para hacer tareas básicas, así que decidieron llevarla de urgencia al médico.
Tras examinarla, los doctores concluyeron inicialmente que tenía daño solar en las retinas y que probablemente se recuperaría en un par de semanas. La noticia fue preocupante, especialmente porque estaba a punto de presentar sus exámenes finales.
Pero el problema era más serio de lo que pensaban. Una oftalmóloga descubrió que tenía vasos sanguíneos rotos en la mácula, la parte central de la retina encargada de la visión detallada.
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“La hemorragia era pequeña, como una gota de tinta, pero suficiente para bloquear mi visión central. Me dijeron que la recuperación tomaría mucho más que dos semanas, y que con suerte podría volver a ver en tres meses.
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Estaba legalmente ciega: no podía manejar, estudiar ni ver televisión. Fue devastador”, relató.
Aunque los médicos le daban esperanza de que recuperaría la vista, Deborah se sentía deprimida y frustrada. Dependía completamente de otros para las tareas más básicas, como cocinar o enviar mensajes.
Pese al apoyo de sus amigos, ella se sentía desconectada del mundo exterior, ya que ni siquiera podía disfrutar del paisaje.
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“Tomó tiempo, pero poco a poco la sangre se reabsorbió y mi visión comenzó a mejorar. Después de tres meses, recuperé la vista central. Aun así, la experiencia me marcó profundamente”, aseguró.
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