Producir vino en los países nórdicos dista mucho de ser esa actividad asociada al placer y al glamour. El sol escasea, la temporada propicia es corta y los apasionados que se aventuran tienen por delante mucho sudor y poca vendimia.
Lejos de los viñedos milenarios de Europa continental, Curre Sofrakis recorre sus tierras plantadas con vida en la provincia de Escania, en el sur de Suecia. Este hombre robusto de barba oscura y rostro con arrugas posee unas dos hectáreas y es uno de los productores de vino más importantes del país. Cuando se lanzó en 2001, conseguía 100 litros de 17 cepas diferentes.
"Al principio lleva un poco de tiempo encontrar la buena cepa, es necesario aprender a cultivar y aquí no tenemos la tradición", afirmó Curre.
La producción es de 20.000 botellas anuales, cerca de un tercio de la de toda Suecia, pero una gota de agua en el océano del vino mundial. En Suecia, están dedicadas al cultivo de vino apenas 100 hectáreas, contra 750.000 en Francia.
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La economía del vino local no tiene nada que ver con la de su pariente de Burdeos, Napa Valley o la precordillera andina. Según la Federación sueca de fincas agrícolas LRF, la facturación media de una finca en 2016 era de 600.000 coronas, es decir 61.000 dólares.
En Fladie, Murre puede contar con un centenar de "amigos del vino", voluntarios que se acercan a echar una mano durante su tiempo libre.
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Este año, dos jubilados cortan la planta con unas tijeras para permitir una mejor exposición de las uvas antes de la vendimia.
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Los viticultores nórdicos, principalmente aficionados, comienzan a reclutar a especialistas venidos del extranjero.
Los viñedos nórdicos son en su mayoría de vino blanco producido a partir de Solaris, una cepa híbrida alemana resistente al frío y adaptada al clima escandinavo en el que la maduración de las uvas es corta.
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"Es muy fácil cultivar en términos de resistencia a las enfermedades y es relativamente fuerte", comenta Torben Andersen, profesor en la Universidad de Copenhague y experto en viticultura de los países fríos.
A pesar de las rudas condiciones de la actividad, la viticultura se desarrolla en la región.
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Para Sveneric Svensson, presidente de la asociación vitícola sueca, esta tendencia "no se debe al cambio climático, sino al desarrollo de nuevas cepas que necesitan menos calor".
Claro que el termómetro que sube presenta ventajas, al permitir aumentar el rendimiento.
Un alza de un grado en un siglo ayuda. "Vemos cambios que facilitan el trabajo del viticultor y lo hacen más agradable", agrega Andersen.
Particularmente cálido, el verano de 2018 dio una cosecha excepcionalmente importante.
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En Suecia, unos 30 viticultores comercializan su producción. En la vecina Dinamarca, son un centenar.
Si bien los productores se jactan de hacer un vino ecológico, son pocos los que tienen una etiqueta certificada, porque los procedimientos son demasiado caros y consumen mucho tiempo.
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"Todo se hace a mano, no utilizamos productos químicos sino preparados ecológicos y en Suecia como en Dinamarca, está prohibido utilizar cobre", subraya Murre.
Solo un viñedo nórdico, satisface los criterios de sello de calidad europeo de "Denominación de Origen Controlada".
El mercado del vino es en su mayoría local. En Dinamarca la venta en la finca está autorizada, lo que no es el caso en Suecia y Dinamarca, donde el alcohol es distribuido por las tiendas del monopolio estatal.
Pero, ¿cómo es la calidad de este vino del norte concebido en tierras de cerveza y aguardiente?
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"El 95% de las personas que lo degustan a ciegas, es decir un vino sueco, encuentran que tiene un buen buqué y que es muy bueno en boca", afirma el sumiller Mattias Säfvenberg.
Para Andrew Reynolds, profesor de viticultura en la Universidad Brock de Canadá, "la calidad de los vinos nórdicos es más que aceptable y va mejorando con el tiempo y la introducción de otras variedades".
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