
En toda relación amorosa, el lenguaje cumple un rol central. Más allá de las grandes conversaciones, los pequeños gestos y palabras cotidianas son claves para medir la salud emocional de una pareja.
Pero ¿qué pasa cuando un simple apodo comienza a incomodar? ¿Podría un “mi jefa” o “el colgado” ser señal de algo más profundo?
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Diversos especialistas en vínculos afectivos advierten que algunos sobrenombres, lejos de fortalecer la intimidad, pueden anticipar conflictos, desequilibrios de poder y hasta una posible ruptura.
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Aunque puedan parecer inocentes, ciertos apodos revelan patrones negativos que tienden a repetirse y deteriorar el vínculo.
“Mi jefe” o “mi jefa”: un guiño que esconde jerarquías
Usar estos términos en tono informal o con ironía puede parecer una broma privada entre dos personas, pero desde el punto de vista emocional, a menudo refleja una dinámica de control o subordinación.
Según el sitio especializado Viapais, cuando uno de los miembros de la pareja recurre con frecuencia a ese tipo de apelativos, podría estar expresando una percepción de desequilibrio en la toma de decisiones, lo que eventualmente afecta la comunicación y el respeto mutuo.
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“El uso repetido de apodos jerárquicos no refuerza la confianza, sino que acentúa el rol dominante de uno sobre el otro”, advierten desde el portal.
“El colgado” o “la intensa”: crítica disfrazada de humor
Sobrenombres como “el colgado”, “la pesada” o “el intenso” suelen aparecer en momentos de frustración y, en muchos casos, se mantienen como parte del lenguaje diario.
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Aunque se emplean con tono sarcástico o supuestamente gracioso, lo que comunican en realidad es una crítica velada hacia conductas que incomodan.
Este fenómeno se conoce como “agresión pasiva lingüística”, y consiste en camuflar el disgusto a través del humor.
Según la psicóloga clínica Sheri Jacobson, fundadora del servicio de terapia Harley Therapy (Reino Unido), estos términos pueden “erosionar lentamente la autoestima y debilitar el respeto dentro de la relación”.
Cuando estas expresiones se vuelven frecuentes, indica, “la pareja deja de hablar con franqueza sobre lo que les molesta y lo reemplaza con sarcasmo”.
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“Mi viejo/a”: ¿afecto o rutina?
Otro apodo que genera debate entre psicólogos es el tradicional “mi viejo” o “mi vieja”. Si bien en muchas culturas se utiliza con cariño y sin connotación negativa, puede adquirir un matiz diferente cuando se pronuncia sin entusiasmo o como parte de una rutina emocional apagada.
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“Cuando el lenguaje cariñoso pierde tono afectivo y se vuelve automático, es síntoma de desgaste emocional”, explica el doctor James Pennebaker, psicólogo social de la Universidad de Texas.
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En un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (2021), Pennebaker y su equipo analizaron más de un millón de mensajes en foros como Reddit, detectando que el lenguaje cambia notablemente en los tres meses previos a una ruptura, volviéndose más autorreferencial, vago y emocionalmente plano.
Lo que revelan los estudios sobre el lenguaje y las rupturas
Una investigación de la Universidad de Texas, liderada por Pennebaker, analizó conversaciones públicas de casi 7.000 usuarios en foros de discusión sobre relaciones amorosas.
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Los resultados mostraron que los signos de una separación comienzan a notarse en el lenguaje mucho antes de que ocurra el quiebre: hay un incremento en el uso de palabras como “yo”, “mí” y “solo”, junto con una disminución en el uso de “nosotros” o “juntos”.
Este patrón suele ir acompañado de expresiones más negativas, sarcasmo y un uso más frecuente de apodos que despersonalizan o minimizan a la otra persona.
Por otra parte, un estudio citado por Business Insider en 2018 reveló que las parejas que utilizan apodos positivos o afectivos —como “amor”, “cariño” o “mi cielo”— experimentan un mayor nivel de satisfacción emocional y comunicación efectiva, siempre que esos términos estén acompañados de respeto y conexión auténtica.

¿Qué hacer si los apodos duelen más de lo que suman?
Los expertos coinciden en que no se trata de eliminar el uso de apodos, sino de prestar atención al contexto emocional en el que se utilizan. Si un sobrenombre molesta o suena condescendiente, lo mejor es abordarlo desde el diálogo.
Además, la frecuencia y el tono pueden marcar la diferencia. Un “mi amor” dicho con ternura tras un conflicto puede reconectar, pero un “mi jefa” con tono irónico puede reforzar un resentimiento no dicho.
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Finalmente, si el patrón de apodos negativos se repite o se combina con otros signos de distancia emocional, buscar acompañamiento profesional puede ser una estrategia saludable para evitar mayores daños en el vínculo.
Los apodos son solo palabras, pero como todo lenguaje, llevan carga emocional. Prestar atención a cómo nos llamamos en la intimidad es una manera de evaluar cómo nos sentimos en la relación. A veces, un “mi jefa” no es sólo una broma: es una alerta.
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