El abordaje de la salud mental en Colombia está en constante debate, especialmente cuando se trata de tratamientos avanzados para trastornos resistentes.
La entrevista de La Kalle 96.9 con Lorena Rodríguez, la primera colombiana en someterse a una técnica personalizada de cirugía para la depresión, reveló la cruda realidad del alto costo y los requisitos médicos necesarios para acceder a esta esperanzadora, pero exclusiva, alternativa.
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Antes de considerar la estimulación cerebral profunda (DBS), es fundamental entender que no cualquiera es un candidato. Lorena fue enfática al señalar que la cirugía no es una opción para alguien que acaba de ser diagnosticado con un cuadro depresivo.
El primer y más estricto requisito es haber seguido un protocolo de tratamiento exhaustivo, que incluye tener un psicólogo de cabecera, pasar por un psiquiatra y probar una serie de tratamientos convencionales sin éxito. Solo después de agotar estas vías y no lograr una remisión sostenida, el paciente puede ser diagnosticado con un trastorno resistente.
En el caso de Lorena, su diagnóstico fue de un trastorno mixto ansioso-depresivo resistente. Según su experiencia y conocimiento (aunque aclara no ser médica), este diagnóstico de resistencia se suele establecer luego de aproximadamente dos años de sufrimiento continuo sin remisión.
La intervención está reservada, por lo tanto, para aquellos que han "llevado sufriendo con esto años" y que, a pesar de sus esfuerzos, no han encontrado soluciones en los tratamientos de primera línea.
Lorena es el ejemplo vivo de este largo recorrido. Durante 17 años, intentó diversas formas de sanación, desde la medicina tradicional hasta prácticas espirituales, cambios de religión, retiros espirituales y muchísima terapia, incluyendo más de cinco tipos de fármacos, antes de llegar a la desesperada búsqueda de la cirugía.
Es decir, esta no fue una decisión fortuita o impulsiva, sino el resultado de un proceso "muy riguroso y de un camino muy batallado". La paciencia y la perseverancia son, paradójicamente, requisitos indispensables para ser considerado apto.
Una vez cumplido el protocolo clínico, la barrera económica se erige como el principal obstáculo para la gran mayoría de la población. La cirugía es, sin duda, una opción extremadamente costosa.
¿Cuánto cuesta operarse para quitar la depresión?
Durante la entrevista en La Kalle 96.9, Lorena confirmó que, en su caso particular, la intervención superó los 140 millones de pesos.
Esta cifra se alinea con los datos internacionales que el equipo periodístico estaba revisando, donde costos de 30.000, 40.000 o incluso 65.000 dólares también sobrepasan claramente los 100 millones de pesos.
Debido a que Lorena vivía en España y no contaba con EPS o medicina prepagada en Colombia al momento de la cirugía, tuvo que costear el procedimiento de forma particular.
Ella misma señaló que es altamente probable que la cirugía no esté incluida en ningún plan de salud actual en el país. Expresó la esperanza de que, con la nueva ley de salud mental, la cobertura pueda cambiar en el futuro.
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Sin embargo, ante la magnitud del costo, Lorena defendió su decisión con firmeza, argumentando que la salud mental no tiene precio: "así toqué lo que sea por mi salud, porque es muy lindo estar muerto en vida".
La alta especialización de la cirugía, junto con su elevado costo, a menudo genera juicios y estigmas. En el Klub de la Kalle, se planteó la pregunta de qué le diría a la gente que considera esta cirugía un acto de "cobardía," sugiriendo que el paciente debería simplemente "hacer terapia" o "tomar pastas".
Lorena abordó estos comentarios con comprensión, indicando que entiende la ignorancia de quienes "ven los toros desde la barrera". No obstante, reiteró que solo quien padece la enfermedad y ha batallado 17 años probando absolutamente todo (incluyendo prácticas espirituales, retiros y terapias rigurosas) puede dimensionar la valentía que se requiere para llegar a esta decisión.
Mientras que la estimulación cerebral profunda representa una luz de esperanza para aquellos con trastornos resistentes que han perdido la capacidad de realizar actividades cotidianas, la realidad es que el acceso está fuertemente limitado por un protocolo médico riguroso y una barrera financiera que solo el sector particular puede costear, obligando a los pacientes a sopesar si su vida "muerta en vida" vale 140 millones de pesos.
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