El caso de Héctor Eduardo Salinas Romero tiene a Floridablanca en silencio. El joven de 27 años viajó hace apenas tres meses con la ilusión de conseguir dinero para comprarle una casa a su mamá. Ese sueño lo llevó hasta Ucrania, donde terminó perdiendo la vida en medio de una operación militar que se cruzó con un campo minado.
La noticia llegó a la familia en la madrugada del 2 de septiembre, cuando un compañero de pelotón les avisó lo que había sucedido. Héctor, conocido entre los suyos como “Pitbull”, alcanzó a pronunciar unas últimas palabras antes de morir: pidió que no dejaran sola a su madre y aseguró que había sido un guerrero. El relato lo compartió su hermana, Alejandra Romero, con la voz entrecortada.
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Según contaron sus allegados, Héctor Eduardo había decidido viajar a Ucrania por un contrato económico que le permitiría volver a Colombia con un ahorro suficiente para asegurar el futuro de su familia. Sin embargo, en una de las misiones terminó atrapado en un campo minado. La explosión le causó heridas graves y, aunque sus compañeros intentaron auxiliarlo, no lograron sacarlo con vida.
El cuerpo del joven quedó en territorio controlado por tropas rusas. Esa es la razón por la que hasta el momento no ha podido ser recuperado. “Un sargento nos dijo que rescatarlo es imposible por ahora. Tocaría esperar meses y quizás solo podamos acceder a las cenizas”, explicó la hermana.
En Floridablanca, su mamá y su pequeño hijo de seis años esperan una respuesta de las autoridades. La familia asegura que no han recibido información oficial, solo mensajes de otros combatientes que compartieron frente con Héctor. La incertidumbre aumenta al escuchar que, de no recuperarse pronto, el joven podría ser declarado como desaparecido.
“Lo único que pedimos es poder tener sus cenizas, darle un último adiós. Ni siquiera nos han dado un acta de defunción. Todo lo supimos por compañeros, no por alguna autoridad oficial”, lamentó Alejandra.
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Quién era Héctor Eduardo Salinas
Los que lo conocieron aseguran que siempre soñó con ser soldado profesional. Desde niño jugaba con esa idea y años después logró prestar el servicio militar en Bucaramanga, en la Segunda División del Ejército. No pudo continuar la carrera por temas de edad, pero nunca perdió el gusto por la disciplina militar.
En Bogotá trabajó en seguridad privada y, cuando se presentó la oportunidad de viajar, no lo dudó. Su motivación era clara: comprarle una casa a su mamá y garantizarle un mejor futuro a su hijo.
Era cercano a su familia y, como recuerda su hermana, siempre tenía palabras de cariño. “Me decía ‘Monster, la quiero mucho’. Antes de salir a su primera misión me pidió que cuidara a mi mamá si algo le pasaba. Eso era él, siempre pensando en los demás primero”.