Paola Turbay y su familia han adoptado un estilo de vida rural que les permite cultivar prácticamente todo lo que consumen.
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Su huerta es una fuente abundante de verduras y hortalizas, incluyendo lechugas, espinacas, acelgas, frijoles, maíz, caña, hierbas, coles, brócoli, coliflor, tomates, pimentones y ajos.
Cualquier sopa o ensalada se prepara con ingredientes recién cosechados directamente de su tierra. Además, utilizan la caña de azúcar para elaborar panela y dulce de jacón.
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La incursión en la vida campestre ha ido más allá de las plantas. Recientemente, han incorporado dos cabras, cuya leche utilizan para producir yogur y kéfir caseros.
También elaboran sus propios kombuchas, fermentos, kimchi y chucrut, asegurando que "cualquier cantidad de alimentos" sean hechos en casa.
Incluso tienen gallinas que les proporcionan huevos frescos.
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Este presente idílico, según Turbay, es un "sueño" y una "búsqueda para volver a la raíz" que muchas personas anhelan para escapar del ruido de la civilización moderna.
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Lo más sorprendente es que este anhelo de vivir en el campo y sembrar su propia comida fue un objetivo que intentaron alcanzar hace 27 o 28 años, cuando nació su hija Sofía.
No obstante, la vida los llevó por otros caminos, y fue dos décadas después que lograron materializarlo, ahora con mucha más información y entendimiento de cómo funcionar en armonía con la naturaleza.
La adaptación a este estilo de vida implica una transformación diaria que la actriz describe como "mucho más natural, mucho más fresca, mucho más descomplicada".
Paola pasa de los tacones a las sandalias, tenis o las "botas de caucho" para las labores de la huerta, una imagen que muchos de sus seguidores en Instagram ya han podido apreciar.
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La sincronización con el entorno es clave: se acuestan y se despiertan "con las gallinas", viviendo al ritmo del sol, la luna y el ciclo circadiano.
Esta elección de vida refleja una etapa en la que Paola y su pareja, Alejandro, pueden dedicarse más tiempo a sí mismos, ya que sus hijos son independientes.
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Este nuevo capítulo les permite disfrutar plenamente de la serenidad del campo, un contraste notable con su dinámica anterior de constantes viajes y mudanzas entre ciudades como Nueva York, Los Ángeles y Miami, donde vivieron por siete u ocho años en cada una.
La "confesión" de Paola Turbay sobre su vida de "cultivo" revela no solo una faceta personal íntima, sino también su capacidad de adaptación y la materialización de un sueño largamente anhelado, demostrando que incluso las figuras públicas más reconocidas buscan la conexión con lo esencial y la tierra.
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