El pasado sábado, la muerte de Alfredo Jorge Campanella, un hombre de 69 años, generó una conmoción inesperada en el tranquilo barrio de Cipolletti, en Angentina. Conocido por los vecinos como “Leo”, este vendedor ambulante se había ganado la simpatía y la confianza de la comunidad durante más de siete años, vendiendo golosinas en una concurrida esquina de la ciudad.
Sin embargo, tras su fallecimiento, se reveló una verdad inquietante: Campanella no era quien decía ser.
“Leo” se había presentado siempre como un jubilado de un banco en Mar del Plata, que intentaba ganarse la vida de manera modesta. Su apariencia inofensiva, marcada por su gorra y gafas negras, lo había convertido en una figura familiar en el barrio. Sin embargo, tras su muerte, se descubrió que su verdadera identidad estaba ligada a un pasado criminal del que pocos podrían haber sospechado.
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¿Cuál era el pasado del vendedor ambulante?
El hombre, que había vivido bajo un nombre falso durante todos estos años, era en realidad un prófugo de la justicia, buscado por delitos graves cometidos en 2017. Bajo su fachada de vendedor ambulante, Campanella había ocultado un historial de abusos y explotación sexual infantil que lo colocaba entre los criminales más buscados.
Su historia comenzó a revelarse tras ser ingresado en el hospital por una afección cardíaca, donde finalmente falleció. Fue entonces cuando las autoridades lograron identificarlo correctamente, utilizando un sistema avanzado de reconocimiento de ADN.
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El historial criminal de Campanella, revelado post mortem, incluyó acusaciones por drogar y abusar de dos niñas de 10 y 11 años en un hotel alojamiento en La Plata. Según los registros de la investigación, este hombre solía ganarse la confianza de las menores llevándolas a lugares de entretenimiento antes de cometer los abusos en habitaciones de hotel, haciéndolas pasar por sus sobrinas.
En 2017, durante un allanamiento en uno de estos establecimientos, Campanella fue detenido junto a las menores en una de las habitaciones. La escena del crimen contenía elementos perturbadores: un bolso con cremas íntimas, psicofármacos, preservativos, pipetas para enemas y cámaras fotográficas.
Las imágenes encontradas en los dispositivos digitales demostraron que las niñas habían sido sometidas sexualmente, aunque el abusador no aparecía en las fotos, las pericias confirmaron la presencia de sus manos en las escenas.
Pese a la gravedad de los delitos y a la evidencia en su contra, Campanella había logrado evadir una condena definitiva. A su avanzada edad, había obtenido el beneficio del arresto domiciliario, pero antes de ser juzgado, escapó y permaneció prófugo por más de siete años, refugiado en la provincia de Río Negro.
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Durante todo este tiempo, vivió bajo una identidad falsa, engañando a todos a su alrededor, incluyendo a las personas que lo veían diariamente en la calle vendiendo dulces.
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