
La cámara de seguridad del salón captó el momento en que Andrés Julián Mesa Ramírez entró con casco de policía y el arma de dotación aún en su cintura. Buscaba a Yésica Paola Chávez, la mujer que había sido su pareja, la madre de su hija, y a quien ya había dejado de ver desde hacía semanas.
Eran cerca de las 7:30 p. m. del 22 de abril de 2025. Adentro del local, cuatro mujeres trabajaban como de costumbre. Entre ellas, Yesica, vestida con su uniforme azul. Ninguna se alarmó al ver a ese hombre entrar. Lo conocían. Pero nadie imaginó que en segundos, todo cambiaría.
Mesa Ramírez desenfundó su arma y descargó el cargador contra ella. Sin decir más, en el mismo sitio, se disparó. El estruendo fue tan fuerte que los vecinos pensaron que se trataba de una balacera. Lo que había ocurrido en realidad era otra historia más de horror que terminó de la peor manera.
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La Policía confirmó que el agresor hacía parte activa de la institución. Tenía 36 años y había estado en tratamiento psicológico, según versiones de la familia de la víctima. Las imágenes del salón se volvieron pieza clave en la investigación interna que se abrió de inmediato.
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Yésica tenía 26 años y era madre de dos hijos. Su hija pequeña era fruto de la relación con el uniformado. El niño mayor era de una relación anterior. Ambos quedaron sin madre esa noche. Los vecinos del barrio Quintas del Sur, en Ciudad Bolívar, salieron a la calle al día siguiente a rendirle homenaje con una velatón.
En medio del dolor, la familia pide que el caso no quede enterrado por el simple hecho de que el agresor también está muerto. “Esto no puede quedar así. Tiene que saberse qué falló. ¿Por qué un hombre con ese comportamiento seguía en la Policía?”, cuestionó una de sus amigas durante el homenaje.

Los mensajes previos y el historial de la relación
Martha Chávez, hermana de Yésica, reveló al podcast 'Conducta Delictiva' que la relación con el uniformado no era buena desde hace tiempo. Incluso después del nacimiento de la niña, la convivencia fue tan tensa que él terminó siendo remitido a terapia psicológica.
La idea de separarse no fue repentina. Según Martha, su hermana ya le había planteado al hombre que lo mejor era que cada uno siguiera su camino. Unas tres semanas antes del hecho, él se mudó a otro apartamento. Yésica decidió bloquearlo de todas sus redes y números. No quería más contacto.
El día de la tragedia, en la mañana, Martha habló con Mesa. Le pidió que dejara a su hermana en paz, que no la buscara más. Solo debía responder como padre. Nada más. No fue una conversación amistosa. A las 6 p. m., el hombre subió un estado a WhatsApp en el que se veía tomando licor y escribió una sola palabra: “Lucifer”.
A las 7:30 p. m., minutos antes de llegar al salón, llamó a su bebé en videollamada. Le dijo que la amaba mucho, que siempre lo recordara, y le pidió perdón. No fue una conversación casual. Era una despedida disfrazada.
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Cuando llegó al sitio, entró sin titubeos. Y antes de accionar el arma, gritó frente a todas: “¿Ah, quiere hacer lo que se le da la gana? Si no es para mí, no es para nadie”. Lo demás ya lo había planeado.
Las compañeras de Yésica, testigos del horror, contaron después que todo fue en segundos. Nadie tuvo tiempo de reaccionar. El hombre descargó el arma, apuntó hacia sí mismo y se disparó.
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