En 2015, José Mariena Cartolos, un hombre de 65 años y dedicado toda su vida al campo, se topó con una sorpresa que nunca imaginó encontrar en su terreno. Todo comenzó como un día cualquiera, con pala en mano y la idea de instalar un sistema de riego para su futura plantación de palma de aceite. Lo que no sabía es que bajo sus pies lo esperaba un tesoro oculto que pronto despertaría sospechas, titulares y teorías de todo tipo.
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Cartolos, que había recibido una subvención de unos 3.000 dólares del gobierno para mejorar su producción, empezó a excavar. Entre tierra y sudor, el trabajo rutinario dio un giro inesperado cuando chocó con algo duro. No era roca. Eran contenedores azules, sellados y bien escondidos, que parecían llevar años enterrados.
Al abrirlos, la escena parecía sacada de una película: fajos y fajos de billetes de 100 dólares, cuidadosamente envueltos en plástico para protegerlos de la humedad. El conteo preliminar superaba los 500 millones de dólares, aunque las autoridades estimaron que la cifra real rondaba los 600 millones, es decir, 2,4 billones de pesos colombianos.
La magnitud del hallazgo hizo que rápidamente surgiera un nombre: Pablo Escobar. El capo del Cartel de Medellín acumuló una fortuna legendaria, calculada en unos 30.000 millones de dólares, gran parte de ella escondida en fincas, casas y terrenos por todo Colombia. La versión oficial fue que ese dinero pertenecía a lo que quedaba de esa colosal riqueza enterrada para evitar que las autoridades lo encontraran en su momento.
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Sin perder tiempo, José Mariena notificó a las autoridades. El Gobierno intervino, incautó el dinero y lo trasladó bajo estricta custodia. Poco después, se informó que la suma sería destinada a programas sociales, obras de infraestructura y proyectos comunitarios, en un intento por devolver a la sociedad parte de lo que en su día fue utilizado para sembrar violencia y caos.