En los últimos años, un fenómeno demográfico preocupante ha tomado fuerza en Colombia; la drástica caída de la tasa de natalidad. Este hecho, lejos de ser una simple estadística, es un reflejo de profundos cambios sociales y económicos que están redefiniendo el futuro del país.
Actualmente, la tasa de fecundidad ha descendido a un mínimo histórico de 1.61 hijos por mujer, una cifra que contrasta enormemente con las generaciones pasadas, donde tener familias numerosas era la norma.
Este descenso no es una casualidad. Las Naciones Unidas señalaron dos pilares fundamentales que explican esta tendencia. En primer lugar, el mayor acceso a la educación y a la salud sexual.
Las nuevas generaciones, y en particular las mujeres, disponen de mucha más información y conciencia sobre la planificación familiar y los métodos anticonceptivos.
La disponibilidad de opciones como la pastilla, el Yadel, el Mirena o los dispositivos de cobre les permite tomar decisiones informadas sobre cuándo y si desean tener hijos. La era de los métodos caseros y el desconocimiento ha quedado atrás, empoderando a las personas para controlar su propia natalidad.
El segundo factor crucial, y quizás el más apremiante, es la situación económica. La crianza de un hijo hoy en día representa un gasto considerable, una realidad que las familias colombianas enfrentan con creciente preocupación.
El costo de la alimentación, la educación, la salud y el entretenimiento para un niño se ha disparado, llevando a muchas parejas jóvenes a reevaluar sus prioridades.
En este escenario, la idea de tener hijos es vista como una carga financiera insostenible, impulsando a muchos a posponer la paternidad o simplemente a descartarla por completo.
(Lee también: Colombiana revela cuánto le pagan por tener hijos en Alemania)
Es tan marcado este cambio de prioridades que, para muchas parejas, las mascotas han tomado el lugar de los hijos. Aunque el cuidado de un animal también implica gastos, estos suelen ser significativamente menores y permiten una flexibilidad que la crianza de un menor no ofrece.
Este fenómeno, aunque pueda parecer trivial, subraya un cambio cultural en el que las responsabilidades y los costos asociados a la descendencia pesan cada vez más en la toma de decisiones vitales.
La comparación con generaciones anteriores es reveladora. Mientras nuestras abuelas solían tener un promedio de seis hijos en la década de 1950, hoy la realidad es diametralmente opuesta.
La resiliencia y la capacidad de subsistencia de esas familias numerosas eran asombrosas, una proeza casi inimaginable en el contexto económico actual. La baja persistente en la natalidad durante las últimas siete décadas, sin signos de recuperación, dibuja un panorama de una Colombia que envejece.
Este envejecimiento de la población traerá consigo desafíos significativos para el futuro del país, desde la fuerza laboral hasta los sistemas de pensiones y salud.