Adriana Bottina, oriunda de Palmira y nacida en 1977, logró consolidarse como una figura destacada dentro del panorama artístico colombiano. Junto a su esposo, Juan Carlos Quijano, y sus hijos Manuela y Luciano, formando una familia sólida. Sin embargo, su historia personal está marcada por capítulos difíciles que no siempre son visibles tras su éxito público.
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Durante su adolescencia, en la década de los 90, Adriana enfrentó una de las noticias más devastadoras de su vida: su padre fue diagnosticado con VIH. En una conversación que aún permanece viva en su memoria.
Su padre le confesó que tanto él como su madre podrían haber contraído el virus. Aquellas palabras, que llegaron tras una visita médica, marcaron un antes y un después en su vida familiar.
La experiencia fue profundamente desgarradora. Adriana recuerda que fue como si todo lo que habían construido se desmoronara de un momento a otro. Aunque luego supieron que su madre no había sido contagiada, el temor, la incertidumbre y el estigma social fueron abrumadores.
A pesar del dolor, su madre mantuvo una actitud digna y jamás inculcó en sus hijos resentimiento hacia su esposo. “Mi mamá nunca nos inculcó rencor; si ella no lo hizo, nosotras tampoco lo hicimos. Habíamos tenido un gran papá”, relató Adriana en una entrevista para canal citytv.
Tras la muerte de su padre, la familia tuvo que afrontar no solo la pérdida emocional, sino también el juicio implacable de la sociedad. En esa época, la desinformación y los prejuicios hacia el VIH eran comunes.
Y su familia fue víctima del rechazo, incluso dentro de espacios religiosos donde solían sentirse acogidos. Adriana recordó cómo algunas personas preferían alejarse de ellos en la iglesia, lo cual aumentó su sensación de aislamiento.
Este doloroso episodio ocurrió cuando ella tenía 18 años. El ambiente en Palmira se volvió insostenible, y fue entonces cuando decidió mudarse a Bogotá en busca de nuevos horizontes. Aunque la capital le ofreció oportunidades para crecer como artista, también se enfrentó a duros momentos económicos y a una vida cargada de retos.
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Con el tiempo, Adriana logró sanar muchas heridas y mirar hacia el pasado con compasión y perdón. A pesar de todo lo vivido, sigue considerando que la familia es uno de los pilares más importantes de su vida, y logró transformar el dolor en fuerza para continuar adelante.
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