Cuando John Frank Pinchao fue interpelado sobre cuál fue el momento "más doloroso o más oscuro" de sus largos años en cautiverio, su respuesta trascendió la expectativa de un evento único. Citando la lúcida reflexión de un amigo, también víctima del secuestro, Pinchao sentenció:
"Si me preguntan qué fue lo más duro del secuestro, les digo que los primeros 7 años". Esta declaración encapsula la esencia del calvario, no como una serie de tragedias puntuales, sino como la corrosiva acumulación diaria de sufrimiento y perdida de esperanza.
Puedes leer: Jhon Frank Pinchao revela la muerte más fuerte que vio estando secuestrado por las FARC
Cada uno de esos días no era simplemente un día más, sino una "nueva historia" de angustia y el "desespero" constante por el anhelado regreso a la libertad.
La vida en la selva, bajo el yugo de las FARC, era una prueba constante a la resistencia humana. Pinchao detalla las condiciones inhumanas que se convirtieron en su realidad cotidiana.
El sueño, lejos de ser un descanso, era una experiencia tan precaria como la misma vida: "Dormíamos en el piso, en tablas, en hamaca donde cayera el día", contó para La Kalle.
Además de revelar que la comida era "precaria", apenas lo mínimo para mantener el cuerpo funcionando. La higiene y la intimidad eran lujos inimaginables; la supervivencia se reducía a lo más básico y despojado de dignidad.
El sistema de encadenamiento impuesto por los guerrilleros es una de las imágenes más crudas que Pinchao evoca. "Nos encadenaban con una cadena de metal con un candado al cuello", con una punta en su cuello y la otra en el de otro compañero.
Esta unión forzada significaba que cualquier actividad, por íntima que fuera, debía hacerse en pareja: "teníamos que ir los dos a comer, los dos ir a bañarnos, los dos ir a defecar u orinar".
En ocasiones, la crueldad escalaba, amarrándolos "de a tres o de a cuatro personas". Esta privación total de la autonomía y el espacio personal constituía una tortura psicológica constante, diseñada para quebrar el espíritu y la individualidad.
Más allá de las privaciones físicas, la amenaza de muerte era una constante compañera. "La constante amenaza de que nos iban a quitar la vida en caso de una operación militar" colgaba sobre ellos como una espada de Damocles.
Pinchao recuerda cómo, durante las incursiones del ejército, los guerrilleros, en lugar de salvaguardar sus vidas, "lo que hicieron fue hacer formaciones y apuntarnos con sus fusiles de una vez para asesinarnos".
Afortunadamente, en varias ocasiones, las operaciones militares se retiraron, permitiéndoles conservar la vida. Los bombardeos, por su parte, también ponían en "peligro" sus existencias.
A todo esto se sumaba la lucha contra las inclemencias de la selva y la falta de atención médica, que los hacía vulnerables a "enfermedades tropicales" como la leishmaniasis, el paludismo, las diarreas, la fiebre amarilla y la hepatitis, las cuales "afectaron nuestra salud" severamente.
El trauma de haber estado secuestrado durante tanto tiempo es una herida que no cicatriza fácilmente. A pesar de la "acogida calurosa" de su institución, la Policía Nacional, el "cobijo de mi familia y el cobijo de la población en general colombiana" que le han ayudado a "sobrellevar la situación", el dolor resurge con fuerza ante cada recuerdo y cada injusticia percibida.
"Este tipo de fallos, por ejemplo, el fallo de hoy de la JEP, le reaviva un poquito el dolor de lo que vivió en esos días de cautiverio, le ofende, le indigna", afirma Pinchao. La razón es clara: ver al "delincuente que te mantuvo en cautiverio [...] premiado" es una afrenta directa.
Mira toda la entrevista aquí: