Con la ilusión de un futuro mejor y la promesa de un trabajo soñado, una joven pereirana empacó su vida en una maleta y se despidió de su familia rumbo a Dubái. O al menos, eso creía. Su viaje terminaría miles de kilómetros más lejos, en Bahréin, un pequeño país del golfo pérsico donde la libertad y la dignidad se le arrebataron por completo.
Todo comenzó con un mensaje de su amiga, Keila, una mujer en quien confiaba plenamente. Le habló de una oferta irresistible: trabajar como modelo en Dubái, ganar millones en pocas horas y disfrutar una vida de lujo. Las palabras sonaban perfectas, y el tono convincente de quien consideraba una hermana le impidió sospechar.
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“Era solo compartir con los clientes”, le aseguró Keila. “Fácil y rápido”, insistía. Sin embargo, la primera alerta apareció en el aeropuerto El Dorado de Bogotá, cuando la joven notó que su tiquete no decía “Dubái” en ningún lugar. Keila la tranquilizó con una mentira: “Eso está cerca, cuando lleguemos allá seguimos por tierra”.
Al aterrizar, la verdad la golpeó con crudeza. No estaban en Dubái, sino en Bahréin. Allí las esperaba la misma amiga que la convenció de viajar, acompañada de su pareja. Las llevaron a un hotel donde había otras mujeres colombianas de diferentes ciudades.
En ese lugar, el engaño se reveló por completo. Les quitaron los pasaportes y les impusieron una deuda de 10.000 dólares que debían “pagar” con su cuerpo. Desde entonces, la vida se convirtió en una cadena sin fin de abuso y miedo. “Si había clientes, había que levantarse, atenderlos, sin importar la hora”, contó la víctima, quien logró escapar tras meses de encierro.
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El control de la red era absoluto. A las mujeres les cobraban 300 dólares diarios por “gastos”, y las amenazas eran constantes. Les decían que si hablaban, pondrían bombas en las casas de sus padres en Colombia. La traición de su amiga se transformó en su peor condena.
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La oportunidad de escapar llegó cuando una distracción de sus captores le permitió comunicarse con las autoridades. Su denuncia fue la clave para que la DIJIN iniciara un operativo internacional que permitió liberar a las demás mujeres.
Hoy, aunque intenta reconstruir su vida, asegura que aún vive con miedo. Pero también con la convicción de que contar su historia puede salvar a otras jóvenes.
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